domingo, 23 de octubre de 2011

Quien se pone la capucha

La falta de espacios de participación política desde el retorno a la democracia y la cruda segregación construida a partir de las reformas neoliberales de los Chicago Boys en la dictadura, detonaron el estallido social mas importante en décadas en Chile. Y como todo movimiento social que se precie de tal tiene una composición heterogénea, este no fue la acepción, abarcando desde una clase media aspiracional, hasta los grupos mas marginados de nuestro país. En este sentido el descontento se ha expresado de diversas formas, siendo los grupos marginales el juguete predilecto de los medios de comunicación y de la clase política durante estos meses.
La clase política y los medios de comunicación lejos de análisis reflexivos respecto a la crisis Educacional, han centrado su interés en temas colaterales como el vandalismo y los destrozos. Y si bien el curso de los hechos hizo que la televisión se viera en la obligación de mostrar el legítimo descontento ciudadano, la tónica ha sido la caricaturización del movimiento en la figura de “los encapuchados”. Así fue como los medios recogiendo el guante de la clase política, retomaron uno de sus fetiches favoritos; la seguridad y el orden.
La política desde siempre se ha especializado en la búsqueda de antagonismos, como una constante histórica, para validar sus acciones represivas con la gran masa que se manifiesta. Lo cierto, es como plantea Chomsky en Hegemonía y Supervivencia, la subversión, como lo conocemos convencionalmente, surge del accionar histórico de los poderes hegemónicos, lo que cobra mucho sentido en el caso de Chile, en donde la institucionalidad, tan defendida hoy, surgió al alero de una sangrienta y corrupta dictadura militar. Cuando en la actualidad los personeros de Gobierno defienden sus medidas represivas amparándose en la ley, no hacen más que validar preceptos anti democráticos y cuestionables desde el punto de vista de la moral. Así es como al igual que durante los primeros años de la dictadura se produjo una validación de la violencia de Estado, una vez pactado el retorno a la democracia, muchas de esas prácticas no fueron extintas del todo, como bien lo han de recordar los microbuseros cuando durante el Gobierno de Ricardo Lagos se les aplico la ley de seguridad interior del Estado o los activistas Mapuches juzgados por la ley anti terrorista en el Gobierno de Bachelet.
En definitiva, si bien en los ochentas se puso fin la dictadura militar, la democracia no ha logrado consolidarse en plenitud, lo que queda de manifiesto en la conformación del sistema político donde los dirigentes estudiantiles o los líderes sindicales no tienen cabida alguna. (En Brasil una asamblea constituyente permitió entre otras cosas que un líder sindicalista llegará a la Presidencia de la República. Hoy Brasil vive un momento de gran prosperidad económica y social)
Como explicarle a los niños en las escuelas que políticos de hoy eran parte del Gobierno de Allende o que cómplices de la dictadura se encuentran en el congreso y los ministerios en la actualidad. El establishment ha sido el caballo de batalla de esta clase política. Así pactaron el retorno a la democracia, que democracia tan imperfecta.
Hoy muchos se impactan de los destrozos y las barricadas en las calles, como desconociendo que este tipo de descontento no se genero de la nada, sino que es consecuencia de la inédita concentración de la riqueza instalada durante los ochentas y profundizada durante los gobierno de la Concertación. En los mismos años en que las empresas se enriquecían como nunca antes en la Historia de Chile, se encuno una subclase absolutamente marginal, que abrazo como medio de respuesta la violencia ante al abuso y el desprecio social.

No obstante la clase política sigue desvinculándose y desconociendo el origen de los encapuchados y la violencia. Otros por su parte sacan provecho de la violencia, encontrando en los encapuchados el antagonismo perfecto para desprestigiar las justas demandas de la ciudadanía. El diario la tercera en uno de sus titulares señala que fueron detenidos 47 violentistas en la última marcha, dando por descontado que cada uno de los detenidos es algo parecido a un terrorista, claro, su fin es criminalizar el movimiento, establecer simetría entre encapuchados y estudiantes. Relacionar demandas sociales con actos vandálicos. Una forma más de corromper la democracia.
Si bien los denominados “encapuchados” tienen una compleja composición, que incluso permite cuestiones tales como infiltrados, no es difícil entender que estos provienen de la desigualdad y la marginalidad que se ha reproducido en nuestro país. Las barricadas son un acto de rabia e impotencia contra el poder que consideran que los maltrata. Los encapuchados no son los únicos que actúan con violencia. O acaso no es violencia amenazar con sacar los militares a las calles o señalar que lo que hoy experimenta el país es similar a lo ocurrido en la dictadura? Si no es violencia, por lo menos es susurrarle al oído a quienes tanto cuestionan.
La discriminación, el desprecio y los abusos son actos de violencia que se encapuchan bajo el rotulo de la democracia y la falsa igualdad de oportunidades. Y ejercer la violencia, todo tipo de violencia bajo una capucha es repudiable.

1 comentario:

Paulina dijo...

hay ciertos puntos k no kedan muy claros...la violencia y represion no solo fueron los primeros años en donde fue mas intensa, ya que despues volvio...(claro esta que la tortura comenzo en el gobierno de Frei y aun continua) investiga cuales fueron los ultimos años que en diatadura se reprimio fuertemente. El planteamiento esta ambiguo y no hay una linea clara, son muchos temas y ninguno esta claro.
pero todo es en buena
saludos